Esas cosas de las palabras

¿Qué mira´ bobo? Anda pa´ya

Lionel Messi, 2022

 

En medio de la locura mundialista, el genio celestial se humaniza y con total naturalidad ante la cámara, sin el menor interés en que estaba siendo filmado, le espeta en la cara a un jugador (que no vemos) la frase que se hace viral.

Tal vez el hecho de que no se vea a quien se lo dice, le da mayor dimensión, porque ese invisible universaliza a todos y todas a quienes en alguna oportunidad hemos deseado decirle eso.

La expresión claramente no es académica. Empecé a pensar en nuestro diario comunicarnos con palabras que utilizamos para sentirnos más cerca, más familiares, más humanos; y las que debemos utilizar para ser políticamente correctos según lo impone la Real Academia Española.

Fue en ese divague de pensamientos y análisis de fin de año que me encontré con un posteo que decía:                        

“Entre Ríos: Provincia donde la tele se descuajeringa,

 el lavarropas se destartala, la heladera se

emputese, el auto no funca y vos…no tenés goyete”.

¿Cuántas palabras usamos para entendernos, para reírnos o para hacer que el otro se enoje, que no están en el libro gordo de la Real Academia Española? ¿Se imaginan a ese staff estiradísimo de hombres (porque ni mujeres hay) definiendo goyete?

Ahora bien, todas y todos sabemos que hay cosas que no tienen goyete, y que así, con esa simple y cortita palabra se expresa una larga explicación sobre todo lo que no está bien, pero que además es irracional, poco ético e indefiniblemente aceptable.

Cuando algo se descuajeringa, no funca, sea un electrodoméstico, un móvil, un proyecto o una relación de pareja. Pero no funca, y solo queda pedir ayuda para componerlo, o aceptarlo y cambiarlo por algo nuevo o mejor.

Esto de las palabras es complejo, tienen vida propia, porque por más que se las quiera encarrilar, reglamentar, ortografiar, normatizar, van por la vida como si nada les importara y se introducen en nuestro léxico sin permiso.

En medio de este universo verbal, aparece en mi mente todo el debate sobre el lenguaje inclusivo. ¿Cuántas personas destartaladas y descuajeringadas se han emputecido en no aceptar el lenguaje inclusivo? No pude dejar de preguntarme cuantas de esas personas que celebraron el “andá pa´ya”, revolearon el diccionario de la RAE cuando se encontraron con un “todes”

¿Qué es el lenguaje sino el instrumento para entendernos? ¿Qué son las palabras sino la forma en que las personas estemos más cercanas a la interioridad de nuestra o nuestro interlocutor?

¿No será tiempo de revisar el uso o, en todo caso, resignificar el diccionario? ¿Sería muy descabellado pensar que el diccionario sea el que nos aclare el significado dado por una comunidad o grupo social a las palabras y no un policía del buen y mal hablar?

A les fundamentalistas del diccionario, que hacen del mismo la doctrina religiosa del buen decir, me tomo el atrevimiento, poco formal (no importa, ya terminó el ciclo lectivo y estamos de vacaciones) de pedirles que revisen cuántas veces se comen las ss, qué palabras usan que no están en el diccionario, pero que las entienden igual. Pero más que nada les pido, que se tomen el pequeño y gran trabajo de observar en qué momento las usan. Y estoy casi segura, descubrirán que las usan para expresarse de forma emocional, para decir cariñosamente, sorprendentemente o para dejar entrever el enojo. ¿Quién no dijo, ante una sorpresa agradable, que venía con una broma desconcertante: “me asustaste pelotudo”?

Entonces pienso que tal vez lo que pretenden, les fundamentalistas del diccionario, es quitarnos la emoción, es hacernos indolentes. Entonces los ellos, ellas y elles no existen, no son personas, no nos generan emoción. Y así vamos por el mundo, dejándoles de lado, sin nombrarles, sin representarles, sin que existan. Es más fácil marginarles, invisibilizarles, porque al fin y al cabo son “innombrables”.

Pero las palabras, como dije, tienen vida propia: nacen, crecen y se hacen oir. Y medio descuajeringadas o destartaladas, poco a poco van a abordar el barco de les emputecides, para que no se asusten al oírlas. Las palabras nos pertenecen como humanos y solo cobran entidad al pronunciarlas, pero su significado es la simbología que emerge de las emociones que generan.

Lic. Verónica López

Tekoá. Cooperativa de Trabajo para la Educación. Ltda.