Controversias del sistema: ¿educarse para qué?

 

 

 

 

Existe un amplio conceso de que la educación es fuente de prosperidad económica tanto para los países como para las personas individuales.  Sabido es que, quien accede a mayores niveles educativos, amplía sus posibilidades laborales. Si bien esta es una afirmación que hoy en día parece, por momentos, hacer techo porque el mercado laboral se vuelve, cada vez más altamente competitivo y exige más especialización. Es decir que ya las formas de escolaridad básicas y obligatorias no alcanzan para acceder a la prosperidad, ni personal ni social que se pregonaba siglos atrás.

Las sociedades históricamente han necesitado de la educación para producir avances en el conocimiento humano. Pero no fue hasta, aproximadamente en el Siglo XVI, que apareció la educación sistematizada, en el marco de la Reforma Protestante y con el objetivo de contrarrestar el poder de la Iglesia, imperante por entonces. Aunque recién con la Revolución Industrial es donde se consolidó el carácter económico de la educación, esto dio lugar a los sistemas educativos administrados por los estados, y surge así la educación estatal.

Como podemos observar hasta aquí, la educación sistematizada en formato escuela, no buscaba la prosperidad de las personas individuales, sino la riqueza de las naciones. Lo que fue mutando paulatinamente durante el Siglo XX a la riqueza de las empresas, quedando explícito en las reformas educativas de fines de ese siglo.

La visión económica de Adam Smith argumentaba que, cuando se construye una máquina, se espera que esta responda al capital invertido y procure beneficios. Lo mismo sucede, afirmaba Smith, con el hombre educado: la tarea que aprende a hacer debe producir una ganancia  por encima de los salarios usuales del trabajo ordinario, los gastos completos de su educación y, por lo menos, los beneficios correspondientes a un capital de esa cuantía[1]

Hacia la década del 60, del siglo pasado, un economista, Theodore Schultz, elabora la teoría del “capital humano”, en general cuando una teoría se pone en debate en la esfera académica, pasa mucho tiempo hasta que la misma alcanza el discurso social, y a veces muchos más hasta que entra a ser considerada dentro de las posibles políticas de estado. Sin embargo, no fue así con la teoría del “capital humano”, a menos de cinco años de su enunciación había revolucionado no solo el ámbito de la economía, sino también el de la educación. Sus implicaciones fueron rápidamente tenidas en cuenta por los dirigentes políticos, sobre todo en Estados Unidos. La teoría del capital humano contribuyó de manera decisiva a la visión actual de la política educativa: ideas como que una de las principales virtudes de la educación radica en mejorar  la prosperidad futura de los individuos o la importancia del papel de los Gobiernos en su financiación y regulación ganaron un  notable peso a partir de la difusión de la aportación de Schultz[2]

Hasta aquí hemos visto como la escuela fue desarrollada dentro de lo que se considera el campo de la economía de las naciones, pero a partir de la teoría de capital humano se empezó a hablar de la “Economía de la Educación”, como una disciplina económica. En todo caso, aparece bastante desdibujada la persona individual como objetivo de prosperidad. ¿Es posible pensar que el Estado invertirá en educación para que las personas logren la plenitud, realización y  felicidad? Porque eso son los grandes fines que deberían alcanzarse si hablamos de “prosperidad”.

Cuando se leen los marcos conceptuales de la Ley Nacional de Educación podemos ver como la idea de prosperidad individual aparece como central, aunque las definiciones de los Diseños Curriculares claramente apuntan mucho más a la prosperidad de las empresas y las naciones.¡Eh aquí la gran contradicción!¿Puede la prosperidad individual construir la prosperidad de la nación? ¿O será que la prosperidad de la nación determinará la individual?

Muchas de las temáticas que aportarían al desarrollo individual no se abordan en la escuela actual, a saber: educación emocional, sexual, habilidades blandas para el mundo de los vínculos familiares, sociales, laborales, entre muchas otras.

En este sentido tal vez deberíamos incorporar a la enseñanza el sentido japonés de Ikigai, que no solo es parte de su filosofía de vida sino también parte de la educación de aquel país, que se apoya en cuatro postulados básicos: encontrar aquello en lo que se es bueno o buena, lo que le encanta hacer, lo que el mundo necesita y por lo que te puedan pagar.

Está claro que la intrínseca contradicción de nuestro sistema educativo, está llevando no solo al fracaso de la prosperidad individual a muchos y muchas que han transitado la escuela, sino que también le está costando a la nación y a las empresas, cada vez más, construir prosperidad a partir del trabajo genuino. ¿No será momento de un replanteo?

Lic. Verónica López

 

 

 

 



[1] Castro, Pau Balart. (2016) Invertir en educación en un mundo globalizado.EDITEC

[2] Ob. Cit.