SAN MARTÍN - DIALOGO

"-Ven Eusebio, siéntate aquí. Necesito hablar contigo.

-¡No me eche, por favor, señor! ¡Le juro que no lo volveré a hacer!

-No sé que fue eso tan malo que hiciste que merece tal castigo, pero no lo hagas otra vez. Debo hacerte unas preguntas, y quiero que me contestes con la verdad, aunque pienses que no va a gustarme. 

-Sí, señor. Gracias, señor. Lo que mande.

-Debes ser absolutamente veraz y certero en tus respuestas. De ello podrían depender algunas decisiones importantes que debo tomar.

-Entiendo, señor.

-Cuéntame lo que escuchas en el mercado, en las calles y en el puerto. Quiero conocer el ánimo de los porteadores, de los comerciantes, de las mujeres, de los negros y de los indios. Qué piensan de nuestra llegada, que esperanzas tienen, como los tratan mis soldados. Tú entiendes, debes contarme con mucho detalle las cosas que necesito saber pero que nadie puede contarme mejor que alguien que pertenece al mismo pueblo que deseamos liberar. Nosotros somos extranjeros con buenas intenciones, pero no dejamos de ser extraños en tierra desconocida. Vamos a necesitar mucha ayuda de los peruanos si queremos triunfar en nuestro propósito, pero no lograré esa ayuda sin saber qué anida en sus espíritus. Voy a confiar en ti. Cuéntame, por favor.

-Entiendo, señor. Aunque muchos se cuidan de hablar cerca mío, ya saben que trabajo para Usted. Pero igual escucho cosas…

-Dime, todo será importante.

-Los esclavos están tristes y algunos ya empezaron a decir cosas malas. Al principio, cuando nos enteramos que usted venía y prometía darnos la libertad, todos estábamos muy contentos y con esperanzas, pero ahora las cosas no cambiaron, aunque se diga que somos libres. Igual siguen trabajando para los amos y ellos no cambiaron su manera de tratarnos, aunque usted nos haya declarado libres. No tienen manera de irse del lugar ni encontrar otro trabajo.

-Entiendo, sigue, por favor.

-Además, muchos amos sabiendo que usted llegaba se llevaron sus esclavos a la sierra, como a mis padres y hermanos, y entonces el resultado fue peor. Por lo menos antes estábamos juntos, ahora seguimos esclavos pero muchas familias se separaron. En el mercado andan muchos sueltos, sin trabajo y sin donde quedarse, como yo antes de conocerlo.

-Sigue.

-Los comerciantes también que quejan. Los españoles se fueron a Lima cuando usted llegó y por eso ahora venden menos. También hay mucha escasez de alimentos, solo se consiguen pescados, legumbres y verduras. Toda la carne que llega a la ciudad se destina a sus tropas. También hay menos trabajo porque eran ellos quienes más necesitaban servicios. Hay muchos criollos sin trabajo, y han empezado a culpar a usted de eso.

-Sigue…

-Con los soldados no hay problemas. Muchos negros se meten en su ejército por comida y cama pero yo dudo que tengan ganas de pelear. Los indios no van de soldados, quieren volverse a la sierra, andan de aquí para allá viendo que hacer. Las señoras de bien no hablan, creo que tienen miedo que usted se vaya y los españoles vuelvan. Se dice que tiene pocos soldados y que no van a aguantar el cólera y la terciana que viene en el verano. 

-Sigue.

-Los que lo han escuchado hablar le han perdido la confianza, habla como español. Dicen que antes era de ellos y que ha venido al Perú a ponerse de rey o emperador, o que va a robar todo lo que pueda para llevarse a Chile,-dijo por último, bajando la voz y mirando al suelo.

San Martín no dijo nada. Luego palmeó a Eusebio en el hombro. Se levantó y caminó hacia su habitación, en silencio. No era bueno que el criado notara en su voz su estado de ánimo".

 

En:"El còndor herido. San Martín, de Perú a Francia", de Ariel Gustavo Pèrez.