República del Nebel

Julio Rosales

 

Algunas consideraciones para ingresar a esta República.

 Los límites son un tanto confusos, ya que las opiniones varían según cada habitante. Las fronteras se tornan invisibles, el territorio marcado en los mapas es dibujado por gente pretenciosa. Desde las vías, entre avenida San Lorenzo y calle Salta hasta el río. Allí justo en el medio hay trazada una línea imaginaria. Quien se atreva a cruzarla queda cautivo del encanto del río de los pájaros. Otros caerán bajo las garras charrúas en el oriente uruguayo. Es así que nunca se sabe a ciencia cierta cuando se está en dicha región.

Las calles se entrecortan a mitad de camino, cambian de nombre y dirección. La numeración nunca coincide, de una manera casi misteriosa uno termina saliendo en cualquier parte. Todo es a suerte y verdad. Al almacenero, la cuenta dos más dos, siempre le da cinco. Los perros se adueñan de las esquinas. El santo de la capilla ruega que no le recen y dejen de echarle la culpa por las promesas incumplidas de la gente.

El arroyo Manzores sigue soñando a cielo abierto con la bendita ilusión y que de una vez por todas, le devuelvan ese estado natural que alguna vez le arrebató el progreso. El sonido de la llegada o partida del tren en la estación, ya no es más aquel despertador del pueblo. Es solo un recuerdo perdido en las vías del olvido. La policía y las ambulancias envidian la velocidad de las chusmas. Todo es caprichosamente raro. Las calles oscuras del barrio son aprovechadas por delincuentes de poca monta y las parejas de amantes que dan riendas sueltas a sus pasiones amorosas.

En la esquina del barrio, la hinchada del club de fútbol siempre está alentando. Sin importar el resultado, con sol, lluvia o frío, están allí. Saludan a la gente y al pasar una chica, le juran amor eterno, lo cual dura un instante, ya que enseguida se desbocan con piropos indecibles. Las que cruzan por allí huyen raudamente, prometiéndole a todos los santos jamás volver por esas calles. Pero ellos alientan fanáticamente, no se sabe si por el simple hecho de hacer ruido para cortar la siesta, si es por la pasión a su equipo, o solo para darse animo en busca de consuelo para sus penas. Lo que sí se sabe, es de la voluntad inquebrantable de los hinchas.

En la despensa, algún vecino memorioso recuerda las épocas gloriosas del barrio. La escuelita Cuatro Gatos como le solían decir popularmente. Los paseos entre Concordia y Salto. La celebración de  las romerías, una especie de peregrinación y el almacén de ramos generales. Aquella época pujante que dio sus inicios en los alrededores del saladero, ha quedado lejos en el pasado.

Pero a través del tiempo quedó la esencia y el espíritu aún vigente en los habitantes del lugar. La idiosincrasia de su gente, las historias de los personajes. Su manera de pensar y de sentir, hacen a la identidad de esta tierra. En esa magia de las calles cortadas, de los puentecitos rotos y vías olvidadas, uno se puede cruzar con la vida o la muerte, el amor y el desengaño. Todo es posible en República del Nebel.

 

 

Julio Rosales