El angelito

 

El pelo canoso bien peinado hacia atrás, resalta aún más el color de sus ojos azules. Mientras acomoda unos ganchos en fila, su bigote amarillento por el cigarro esconde una sonrisa siniestra. El delantal grasiento no oculta las espesas manchas de sangre oscurecidas.

El ruido de la sierra retumba en la mañana tranquila, amontona el aserrín de huesos que cae en el piso. Desde el techo, el gato observa sigilosamente al perro parado en la puerta, se relame, parece que ya saborea algún retazo de sobra que cae al suelo.

Llega el afilador con su flauta de sonido cansino, lo que ve, lo deja perplejo. Tiembla de miedo por lo que pueda suceder. El Angelito es conocido por ser corto de palabras, pensamientos fríos y carácter rabioso. Siempre muy celoso de sus cuchillos. Al no quedar conforme con el servicio del que saca filo, enfurecido, se niega a pagar.

La discusión se torna violenta, las palpitaciones se desbordan del pecho del ángel. La tensión no resiste el filo de las miradas desencajadas. En el brazo robusto del afilador, los bellos se elevan sobre la piel erizada. Del lado de su sien derecha, la agitación por los nervios voltean las últimas gotas de sudor frío. La mano temblorosa le juega una mala pasada a su puñal preferido. El Angelito agarra su cuchilla, la hunde en la carne tensa de su rival hasta que la empuñadura dice basta.

El creador de chispas, malherido, siente disminuir su pulso mientras los latidos dejan de golpear su pecho. Alcanza a entrever un rostro sombrío. El terror le carcome las entrañas, al descubrir el oscuro secreto del Angelito. En su último instinto quiere escapar, pero sus talones ya están cortados. Con su calmado escalofrío, el cortador comienza la faena. Su oficio recorre minuciosamente cada rincón de las coyunturas del esqueleto. Por un momento se detiene, su pensamiento le confirma que después de todo, el afilador no había hecho tan mal su trabajo.

El silencio absoluto apenas es cortado por la salpicadura del líquido rojo. Se derrama en el territorio marcado por el caprichoso dibujo de los mosaicos. La bolsa de arpillera recostada contra la pared, filtra la suciedad y ese olor particular que suele tener el desecho. El zumbido de las moscas es un enjambre enloquecido que celebra su festín. La noche cubre las calles con su manto de sombra. En ochava de ladrillos enrojecidos queda la única evidencia del caso.El charco de sangre espesa, refleja un cielo estrellado de chispas.

 

Autor: Julio Rosales