Derechos de la ancianidad

Durante la pandemia muchas cosas fueron puestas en la vidriera del análisis y la reflexión. Una de ellas fue la vida de los ancianos, su vulnerabilidad y la necesidad de su cuidado.

 De pronto ellos y ellas se transformaron en el objeto de cuidado de todas las familias, de las políticas públicas y de las políticas de salud. Pasaron a ser la prioridad absoluta. Vimos como el virus que avanzaba incontenible, atacaba con rudeza a los ancianos y ancianas hasta arrebatarles la vida.

Sin embargo, hacía mucho tiempo que el culto a la juventud había tirado en el cajón del olvido a la ancianidad. Y la valoración social que de ellas y ellos se tenía era simplemente como de una carga, para las familias, para las instituciones y para el estado

 Argentina fue precursora en relación a los derechos de los adultos mayores. Un 28 de agosto de 1948, se proclaman los derechos de la ancianidad, con la convicción de que era necesario trascender las meras declaraciones, la Fundación Eva Perón promovió la construcción de cientos de Hogares mixtos de Ancianos, presentando además a la legislatura el proyecto  de  ley que otorgaba pensiones a los mayores de 60 años sin amparo, ley que fue sancionada posteriormente. Se conoce aquella fecha como el día de la Proclamación de los derechos de la ancianidad

 Meses más tarde, el 18 de noviembre de 1948, éstos derechos fueron proclamados también por la Asamblea General de las Naciones Unidas.

De allí en adelante el resto de los países del mundo comenzaron a poner el foco en el tema de los adultos mayores

Los derechos de la ancianidad fueron añadidos a la Constitución de 1949. Luego derogados por el gobierno de facto autodenominado “Revolución Libertadora”. Pero aun así ya no había retroceso en el reconocimiento de que todo anciano y anciana tenía derechos inalienables, a saber:

-Derecho a: la asistencia, la vivienda, la alimentación, el vestido, el cuidado de la salud física y moral, al esparcimiento, el trabajo, la tranquilidad y el respeto.

 Largo fue el derrotero a lo largo del SXX  y lo que va del XXI, para que estos derechos vayan siendo alcanzados, con avances y retrocesos, poco a poco la ancianidad fue logrando la merecida tranquilidad y cuidado luego de una vida construida en y por la comunidad

 Pero llegó la pandemia para recordarnos que los ancianos y ancianas son merecedores de nuestra mayor veneración. Porque fue ella la que nos puso barreras para abrazarles, y todos y cada uno de nosotras y nosotros, tomamos conciencia real de que de nuestras conductas y actitudes dependía la supervivencia de los adultos mayores; de cuánto los necesitábamos y de cómo muchas veces eran maltratados y descuidados.

 Fue cuando se detuvo el tiempo, cuando nos dimos cuenta que esta ancianidad  tiene derechos, que son privilegiados, no por casta sino por derecho adquirido. Aun así, todavía somos testigos de profundos maltratos que no debieran ocurrir.

 Desde mediados del SXX, hace más de 70 años, los derechos de la ancianidad están proclamados, forman parte de las declaraciones de la ONU y también de un sin número de leyes, de nuestro país, que les garantizan que la última parte de su vida transcurra en paz y armonía. La pandemia nos refrescó la memoria, y quienes aún no pueden recordarlo, deberíamos como comunidad dejarlos en evidencia para que así todo adulto mayor, edad al que todos llegaremos antes o después, viva integrado y no segregado de la sociedad.